domingo, 5 de marzo de 2017

Y SI HAY LUZ ...



«Tómatelo con calma si hay luz te encontrará.»
―Charles Bukowski―


Nos gustan las velas. Apagadas porque sabemos que están ahí. Encendidas porque nuestra casa huele a hogar. Es importante saber cuál es el olor del hogar. A Alberto y a mí, nos gusta encenderlas en días de lluvia y en tardes de tormenta, porque le dan al ambiente un aire muy nuestro, muy bohemio; como también en las noches de verano, en esas en que la suave brisa hace que la llama flamee. Por supuesto nos gusta encenderlas en invierno, pues son testigo y compañía de días perfectos. Un día perfecto puede redondearse al encender una vela y que su aroma inunde la casa. Es como la guinda del pastel. Y cómo no, en Navidad, qué sería de una Navidad sin velas. Sí, lo admito tengo querencia por las velas, probablemente desde mi infancia en Caótica donde eran frecuentes los apagones en las tormentas. He vivido a lo largo de mi vida bastantes cortes de luz en distintos lugares del mundo, ―que nos han sumido durante muchísimas pero que muchísimas horas en otra clase de existencia―, para creer a pies juntillas en la fiabilidad del suministro eléctrico. Por experiencia sé que nadie me puede asegurar que un apagón no puede suceder de un momento a otro, ni que el suministro eléctrico es algo estable e inalterable, ni que este mundo que habitamos de internet es algo que jamás se va a extinguir. No es que no confíe, es que no me gusta dar las cosas por hechas, ni por sentado. Si lo hiciese no sería yo.
Pero, volviendo a las velas, éstas mucho han cambiado desde mi infancia a día de hoy. Entonces encendíamos una vela y la depositábamos en un plato o en un vasito tras verter un poco de cera para que se pegase, hoy las velas ya vienen con vaso incluido. Lo que resulta ser una maravilla, y para más deleite la cera vuelve a ser cera vegetal. Hace mucho tiempo que les dije adiós a las velas de parafina que además o por ser tóxicas, acababan siempre produciéndome dolor de cabeza y picor de ojos. ¡Cómo para no decirles adiós! Si lo que buscas es darle un toque acogedor a tu hogar no se me ocurre mayor estupidez que intoxicarlo. Lo lógico es encender una vela que huela a coco, a cítricos, a helado de mora, a vainilla, a jazmín, a flores silvestres, a naranjo, a bergamota, a madreselva, incluso a nube de azúcar. Pero a petróleo…, no, por favor. Hay que tener respeto tanto por nuestras vidas como por las velas, puesto que las velas son algo más que un complemento de decoración, las velas existen para aportarnos luz en la oscuridad, las velas existen para darnos paz y refugio, las velas existen para consolarnos, las velas existen para hacer de un lugar un hogar, las velas existen para poner cordura a la sinrazón; sino contestad a esta pregunta: ¿Por qué cuando sucede algo tan abominable como los atentados que por desgracia sufrimos e invaden nuestro día a día, de extremo a extremo del mapamundi, las personas de bien salen a las calles y depositan allí una vela encendida? No será, lectores míos, porque las velas en algunas ocasiones son lo único capaz de iluminaros en nuestra hora más triste y oscura. Sí, sé lo que estáis pensando: las velas iluminan el alma. 

¡Feliz domingo!
Besos y abrazos a tod@s. 
María Aixa Sanz