viernes, 3 de marzo de 2017

EL TREN Y LA METÁFORA



«La vida es sentir y fluir. 
La vida no es simplemente estar.»  
―Alberto Fil―

El tren siempre ha sido mi medio de transporte preferido y siempre he supuesto que era así por el aire romántico y reflexivo que posee viajar en él. Es una realidad que nada tiene que ver el viajar en los trenes de hoy como en los de ayer. En la actualidad los viajeros encadenados como están a la tecnología han convertido el viajar en tren en un guirigay, vacío de todo contenido, perdiendo y dejando atrás de esa manera aquel hermoso silencio en el que sólo se oía el traqueteo del mismo tren, el alegre pitido al entrar en una estación, el zumbido desafiante al atravesar un túnel, el cariñoso lamento al decirle adiós a un apeadero en el que detenerse era un imposible, el inconfundible balanceo en cada cambio de agujas mientras los pensamientos vagaban libremente por cada vagón. Pero, aun así, sigue siendo mi transporte preferido, pues demasiados amaneceres he contemplado desde trenes y demasiadas estaciones han desfilado por delante de mis ojos, para desdeñarlo tan fácilmente, además una siempre puede aislarse con unos auriculares y la música adecuada y seguir pensando que viaja en un auténtico tren y no en una cápsula cuya finalidad sólo es llevarte de un lugar a otro, sin reparar siquiera en el paisaje que hay al otro lado del cristal de la ventanilla. Y aunque parezca increíble no me he percatado hasta ahora de la verdadera razón por la que me gustan tantos los trenes y soy tan afín a ellos. Todo surgió o mi descubrimiento surgió, hallando de ese modo la verdad, al ser testigo de una conversación entre la mujer que me dio la vida y el amor y hombre de mi vida, es decir, entre mi madre y Alberto, les oí hablar de lo mucho en qué se parecen los miembros de una familia por muy distintos que se crean entre sí, en cómo una familia no deja de ser una unidad con un mismo modo de proceder, pensar y sentir. Me maravilla ser testigo de las conversaciones que mantienen ambos, del cariz de éstas y de su profundidad. Pues bien, de esa conversación entre ambos, pensé en cómo me manejo yo por la vida y en cómo y cuánto se parece esa forma de encarar la vida en respecto a cómo lo hace mi familia. El resultado fue rotundo. Es idéntica. Somos idénticos; y tanto Alberto como yo misma y el resto de mi familia, ya sea individualmente o en bloque vamos por la vida como trenes. De ahí, mi querencia por los trenes, pues estos son una metáfora de mi forma de ser y de estar en el mundo. Tanto de la mía como de mi familia. ¿Y cuál es o cómo es esa forma de ser, de estar y de proceder? Pues el avance, sin mirar atrás. Y ahora voy a centrarme en Alberto y en mí. Para ambos vivir es sentir y avanzar. Nos detenemos en muchísimas estaciones, conocemos a personas por decenas, descubrimos lugares con auténtica pasión aun sabiendo que en ningún lugar nos quedaremos definitivamente, y todo lo hacemos con honestidad y amor, con generosidad de corazón, sin perder nunca de vista el horizonte, sin despegar los pies del suelo; por ello, si llegado el momento tenemos que dejar a seres, sensaciones y sentimientos distintos apeados en estaciones, lo hacemos sin dudar, pues en nuestro ya no ánimo sino esencia está el avanzar, como lo está en el de todo tren. Amamos la vida; la sentimos en lo más hondo de nuestro ser, sabiendo que jamás nos traicionaremos a nosotros mismos; diferenciando entre lo que está mal y está bien; viviendo sanamente, alejados de seres y lugares tóxicos; con lo cual, como ya he dicho antes, si es menester dejar atrás gentes y lugares se dejan, ya que con toda probabilidad nada más tienen para aportarnos,  puesto que o han traicionado nuestra confianza o se han convertido en rémora y lastre o todo lo contrario, pero aun así, incluso habiendo sido experiencias hermosas y enriquecedoras ha terminado el trayecto de vidas que se cruzan de una estación a otra. Y ni Alberto ni a mí nos gusta la vida en bucle. Pues jamás olvidamos que vivir no es sólo estar, sino también fluir y avanzar, como los trenes. ¿Pues de qué sirve un tren estacionado en vía muerta por siempre jamás? Yo os contesto: de nada. Pues con la vida, lo mismo. 


Besos y abrazos a tod@s. 
María Aixa Sanz