martes, 27 de noviembre de 2018

VIENTO DE INVIERNO


«No hay nada más emocionante que el viento. 
Un amor nuevo, y después, el viento.» 
―Rick Bass―



Hoy es el primer día que sopla viento de invierno, el que a mí me gusta. Ese viento que lleva consigo las ansias de cambio, la desesperación del latido tenaz, del corazón que aún no ha sido derrotado, un viento que le planta cara a la existencia y que no quiere oír hablar ni del fin del mundo ni de ningún fin, que por momentos es precipicio pero también expectación y expectativas, y que lleva en sus pulmones y en su vientre el hambre, las ganas de más. Un viento que es siempre desafío y que siempre va de frente. ¡Oh! ¡Cuánto amo a este tipo de viento! Se acopla tan bien a mi personalidad. Oírlo azotando el aire cual látigo, viendo como hace tremolar a los días tanto de las existencias pequeñas como de las grandes, incluso en su zarandeo o cuando esculpe imágenes en el rostro, en el mío o en el de otros, me transmite buenas vibraciones y magníficas sensaciones, ya que es el sonido de quien no se conforma ni se rinde, son las hechuras de quien sabe que todo está de alguna manera por suceder y por estrenar, y también por qué no, de los convencidos de que una buena nueva está por llegar. Viento que es la música de los valientes y también del movimiento que avanza sin mirar atrás, aun siendo consciente de que la verdadera riqueza está en el aprendizaje de lo que justamente va quedando por el camino. ¡Oh! ¡Viento! ¡Viento! ¡Viento! Viento de invierno desvergonzado y nunca tramposo que llega a nosotros para llevarse los últimos días del año y con ellos su hojarasca al son de la esperanza. Viento que golpea los cristales y lanza certezas y grita que aquellos que olvidan, olvidan, pero quienes no olvidan y recuerdan vuelven a encontrarse. Viento que no deja a nadie indiferente se planta en este invierno delante de mí, mientras concentradamente escribo un texto sobre Fantástica Jane, ―la niña que tenía como pasión ver a su abuela cocinar y que de adulta hizo memoria y de memoria escribió en un cuaderno las recetas de los platos que su abuela cocinaba y de ese modo, le enmendó la plana al olvido―, y al levantar la vista de la página en blanco y reparar en su perfección asilvestrada, pienso por alguna libre asociación de ideas en lo enriquecedor del año que está a punto de acabar, en cuánto he aprendido, en cómo me he sumergido en el aprendizaje de temas varios como si no hubiese un mañana, por esa pasión por aprender que ha sido y es constante en mi vida y ese motor que es la curiosidad para mí. De tal manera que en pocos segundos al hacer balance del año muy bien puedo tacharlo de extremadamente positivo por lo mucho que he aprendido. El aprendizaje como unidad de medida, no está mal como leitmotiv de una existencia. ¡Oh! ¡Viento! ¡Viento! ¡Viento! Viento de invierno desvergonzado y nunca tramposo, me repito a mí misma, y me levanto de la mesa de escribir con una sonrisa en el rostro sabiendo como sé que el viento de invierno no deja que nadie abandone sus sueños, y me dirijo a la ventana para contemplar como la naturaleza baila a su voluntad y con él, silbándole al mundo y a mis oídos, me dirijo a engalanar la casa para Navidad con piñas, frutos secos y lazos rojos, puesto que una mujer sabia me dijo que son éstos, elementos mágicos; mientras tanto en la cocina y en el horno una tarta de manzana está a punto de rica y amorosamente llamar a las puertas de nuestros paladares. ¿Pues qué es la vida si no viento y dulces, palabras y magia, manzanas y amor?



Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz