martes, 20 de noviembre de 2018

LA CALMA DE ESTAR



«Lo que has amado, esa será tu herencia y nada más.»
―Robert L. Stevenson―


Aislados como estamos, la noche pasada la pasé en blanco, Nuna estaba sensible, y necesitaba de mi compañía. Así que nos tumbamos la una al lado de la otra, ella con su cojín preferido y yo con mi mano sobre su pelaje. No tuve a bien moverme hasta que su respiración se acompasó con la invernal noche, después con movimientos lentos alcancé un libro que tenía cerca para poder leer un rato. Aunque lo importante no era leer, ni hacer algo digamos de provecho con la noche, lo importante era estar. Me gusta saber que estoy, me gusta que ella sepa que estoy comprometida con ella como ella lo está conmigo y que puede contar conmigo a todas horas. A las dos nos sosiega la calma de estar, de sabernos leales la una con la otra, de llevar a cabo día tras día el compromiso que establecimos cuando yo la tuve por primera vez en mis brazos, hace casi que cinco años. Es fascinante ver como desde sus cincuenta kilos de bondad, su prudente genio, su juguetón carácter y su terca independencia, le adjudica a cada uno un rol, y demanda de Alberto cosas distintas a las que me demanda a mí. De modo, que anoche en la profunda noche invernal estábamos despiertas las dos con la respiración acompasada, ella sensible y yo afortunada de saberme a su lado, y como soporta perfectamente verme leer, al revés, de lo que le ocurre con la televisión o con el ordenador, al poco que vio como pasaba una página tras otra, se durmió y yo supe que no se despertaría hasta la próxima estampida de nostalgia de ese bebé que cree que tiene pero que no, así que me puse todavía más cómoda junto a ella y seguí leyendo el libro que en unas páginas había captado mi atención, no sólo como lectora sino también como escritora, y en vez de irme a dormir o dormirme allí mismo, me quedé y me mantuve despierta. Nunca jamás traicionaría la calma que se instala en ella por saber que estoy pegadita a su cuerpo grandote y fuerte. Nunca jamás sería desleal con la persona no humana junto a la que he ido conquistado tantísimos territorios, vitales ahora. Eran las tres de la madrugada y sabía que tenía un margen de una hora para poder leer con fruición, y lo hice, hasta que volvió a gemir y a llorar, y cuando me miró con sus ojos profundos y negros, con una mirada que es entrega y suavidad, gratitud y expectación, supe la razón de ese amor que nace de mí hacia ella y de ella hacia mí. Entonces sonreí y le besé los rizos de la frente, y le dije: «¿Qué te parece chica guapa si hacemos un tarta de manzana?», sabiendo como sé que le entretiene verme trajinar en la cocina. Me levanté de su lado, encendí las luces de la cocina, y minutos después ella se tumbó frente al horno. Era poco más de las cuatro cuando dispuse sobre la mesa: el azúcar la harina, los huevos, el yogur, la almendra molida, el limón y la manzana. Puse música de Navidad, lo bastante bajita para no molestar, y comencé a subir la clara de los huevos y en ningún momento bajo su atenta mirada mientras cantábamos las dos también por lo bajini, pensé que estaba perdiendo el tiempo, sino todo lo contrario, era muy consciente de que estaba ganándolo, porque el tiempo nunca jamás ha sido oro siempre ha sido vida, y la vida junto a los seres vivos a los que adoras y amas es el verdadero tesoro de todo individuo, es más, vivir en sociedad nace de ahí, del momento en que te sientes inmensamente afortunado al mezclar tus horas con las de los otros. Por ello, siendo como es, el tiempo compartido con aquellos a los que amas uno de los más enriquecedores propósitos que una persona acomete, no me cabe la más mínima duda, de que debiera estar presente siempre de una manera innegociable entre nuestras prioridades. Pasadas las cinco, cuando el amanecer estaba a punto de llenarnos de dicha y la cocina desprendía olor a obrador de pan y yo estaba a punto de sacar la tarta del horno, apareció Alberto en el umbral desperezándose, y a Nuna se le iluminó la vida y se lanzó sobre él y supe que lo peor de su noche, de sus temores, de su nostalgia ya había pasado y me sentí inmensamente feliz por ella y por nosotros.




Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz 
[Fotografía de Alberto Fil]