Lyon, 26 de Octubre
Mi gran tesoro:
Estoy de paso por Lyon. Unas horas. Tres días. Está a punto de finalizar el domingo. Son las once y media de la noche. Hoy ha sido un día extraño. Un día eléctrico. Hay días que llevan consigo mucha electricidad. En esos días, en días como hoy, toda esa electricidad lo único que acaba produciendo al final de la jornada es que los polos opuestos se atraigan con tanta fuerza que no se puedan despegar, y entonces ni los hombres ni las mujeres verdaderamente enamorados ya no tienen fuerza de voluntad. Al final de un día eléctrico las voluntades flaquean y las bocas se buscan para hablarse y besarse, compartiendo de ese modo el calor del corazón y la suavidad de la rendición. Hoy paseando por las calles de Lyon notaba toda esa electricidad, sentía como toda yo estaba llena de energía, tan llena de energía que hubiese sido capaz de alumbrar el mundo. Me sentía eléctrica. Toda yo caminaba revestida de energía positiva que procedía quizás de tu recuerdo o tal vez de cosas que todavía no han pasado o puede ser también de una postal que había encontrado en un kiosco cerca de la Plaza de Bellecour. No iba buscando postales, por ello ni siquiera había reparado en ella, fue ella la que llamó mi atención. Reclamó mi interés una postal en blanco y negro de una pareja fotografiada de espaldas que caminan abrazados y muy enamorados. A estas horas de la noche sé que justamente de ese enamoramiento, de ese amor verdadero que trasmite la postal, de ese sentimiento de amor genuino y complicidad, procedía la electricidad que invadía a los viandantes. Eso era.
El ambiente estaba cargado de la misma energía que puebla las calles del mundo cuando se confabulan los Érase una vez que unen a dos personas. Porque millones de historias de amor pueblan el mundo, pero solo unos elegidos pasan de vivir una historia de amor a un Érase una vez. Los Érase una vez únicamente se dan cuando llegados a un punto de su vida dos personas saben que se pertenecen, tanto en cuerpo como en alma, en erotismo como en espiritualidad, y cuando miran en el calendario el día de mañana ambos saben con una certeza absoluta que lo realmente importante es que en la vida del uno esté el otro. Los que viven un Érase una vez sienten una absoluta paz y poseen tanta complicidad que para ellos nada es un obstáculo, ni siquiera, la distancia, por ello producen y emanan electricidad. Pues sus corazones están cargados de energía positiva; sus corazones no entienden de fronteras ni de escollos, a ellos les da exactamente igual a qué distancia esté el uno del otro. Se aman y eso es todo. Les da igual que uno esté en la China o en el Japón o en el bar de la esquina y el otro en la otra parte del mundo. El amor verdadero no entiende de líneas en el mapa que separan a unos y a otros, ni de pasaportes, el amor verdadero, es decir, los Érase una vez auténticos brotan del corazón y quienes tienen eso no se abandonan jamás. Los Érase una vez duran hasta más allá de la eternidad.
Sí, tesoro, puedo leerte el pensamiento, son Érase una vez como el nuestro. Sonríes al leerlo. Me gusta. Me gusta verte sonreír, y ahora vuelvo a la postal. La postal estaba en un expositor junto a decenas de postales exactamente iguales a ella. La fotografía de la pareja de espaldas se repetía sucesivamente, pero siempre con la misma imagen, la pareja en ninguna postal aparecía de frente o de lado. He de confesarte que la imagen me ha hechizado desde el primer momento. No podía apartar mi mirada de ella, de modo que acabé comprando una, y al señor que atendía el kiosco le pregunté que quiénes eran. Me contestó, con la desgana de quién está harto de responder a la misma pregunta, que la postal era la de la muchacha del Ródano. Entonces y desde ese momento, por esa curiosidad que me invade siempre, a todas horas, he querido saber quién es la muchacha del Ródano y qué historia se esconde detrás, y lo he descubierto.
Hay algo que me gusta de todos los hoteles y es la disposición que tienen los y las recepcionistas de pegar la hebra con una mujer curiosa como yo y que encima está de paso. Cuando he regresado, en la soledad de la recepción, tras el mostrador, estaba sentado el recepcionista de turno, un señor mayor de barba y pelo blanco muy parecido a Noel, a Santa Claus. Le he mostrado la postal y le he preguntado si conocía su historia. Ha asentido con la cabeza y a continuación me ha respondido que en Lyon todo el mundo la conoce. Me ha preguntado si me apetecía una taza de chocolate caliente y escuchar la historia. Me ha dejado sentarme con él en el habitáculo que tienen los recepcionistas para sí tras el mostrador.
Te he transcrito la historia. Sé que te va a gustar.
Mi amor, te amo.
Besos. Muchísimos besos.
Tu princesa.
Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz