lunes, 25 de septiembre de 2017

CAJAS

De la misma forma como existen las cajas de seguridad, las cajas fuertes, las cajas de caudales o las cajas de música, existen unas cajas para las que se debería buscar un nombre muy especial, porque dentro de ellas, además de albergar objetos guardan sentimientos y emociones y acaban siendo una caja llena de recuerdos o de sorpresas. Y más allá del distinto tamaño que puedan tener o de los diversos materiales del que estén fabricadas, los verdaderos elementos con los que se elaboran son: el amor, la ternura y la complicidad. Conozco de primera mano ejemplos de personas que crean cajas así: está Lorelai que como viaja tanto debido a su profesión al no poder estar con Harold, ―su amor―, en el cada día, va construyendo una caja con objetos que compra o que encuentra y que le han llamado la atención y cuando tiene la caja a rebosar se la envía a Harold y días después de habérsela enviado, le manda una carta donde le ha escrito la historia y el significado de cada uno de los objetos que contenía la caja, con el fin de que el contenido borre la distancia física que hay entre los dos; está Irene que vive en un pueblo pequeño y que cada vez que se entera de que una de sus vecinas está embarazada le preparara una caja repleta de cuentos para niños de cero a tres años acompañado de algún que otro peluche para entregársela cuando nazca su vástago; y luego están las cajas sorpresas, esas cajas que últimamente están tan de moda y que pagas su contenido por anticipado al adquirirlas sin saber que hay en el interior y que se asemejan tanto a los sobres sorpresa de cuando éramos niños por los cuales abonábamos unas cinco pesetas a cambio de una incógnita, y aun siendo conscientes de que tanto ahora como en aquel entonces no deja de ser una compraventa, la sorpresa no te la quita nadie como nadie puede decir que quien las ha ideado no lo ha hecho con el ánimo de alegrarte el día; y cómo no, están las cajas de los ex, esos seres que guardan en una caja todo los que les unió a su pareja y que aunque les cueste admitirlo el valor sentimental del contenido les obliga a mirar la caja de reojo para comprobar que está en su sitio cada vez que entran en el garaje; como también existen las cajas donde una madre guarda los juguetes de sus hijos para así asegurarles y asegurarse a sí misma que nadie les robara la infancia; y por supuesto, están las cajas del tesoro que de críos escondemos en algún lugar y que luego olvidamos y cuando de adultos las recuperamos de forma inesperada reímos a gusto pues en ella habíamos puesto todo un mundo lleno de fantasía e ilusión que regresa a nosotros en un instante como si no hubiera pasado ni un día; y de este modo podría estar durante horas describiendo a saber cuántos tipos de cajas con la certeza de que cada una de ellas está elaborada con los mismos ingredientes. 
Por ello, estoy segura de que todos vosotros lectores míos tenéis vuestras propias cajas, como Alberto y yo tenemos la nuestra. En los últimos años dado que Alberto y yo cumplimos años casi que el mismo día, para ser más exacta: yo el día doce y él el quince del mismo mes, por nuestro cumpleaños nos regalamos una hermosa caja que ha sido construida por los dos durante el año que dejamos atrás. Alberto suele comprar la caja una semana o dos después de cumplir años y habitualmente está fabricada a mano y es de material genuino, por tanto no es de extrañar que sea una auténtica preciosidad que yo no veo hasta el año siguiente, ―aun sabiendo que ya la ha adquirido―, porque sencillamente me la esconde. Pues bien, con la adquisición de la caja nace todo, puesto que tras ello empezamos a dejar en una gaveta durante el año todo aquello que tiene un significado digno de un momento que debe ser recordado, ya que sabemos que en el futuro cuando lo contemplemos nos hará viajar a una situación llena de dicha. A un momento de nuestras vidas en que fuimos felices y al que siempre desearemos volver. Comenzar a construir una caja es como dar el pistoletazo de salida al año, no sabemos que nos va a suceder durante esos doce meses que tenemos por delante, vamos a ciegas, pero os prometo que siempre encontramos detalles que cuando llegado el momento por nuestro cumpleaños abrimos la caja y los depositamos en su interior nos hacen sentir y constatar cuán afortunados hemos sido ese año, por cuántas cosas debemos de estar agradecidos y dar las gracias.
Así que muy bien podrían llamarse a todas estas cajas, no sólo a la nuestra, sino a todas las cajas que se elaboran con amor: cajas de la felicidad o por qué no, cajas de la esperanza. Pero personalmente prefiero sin saber si es lo acertado o no, llamarlas cajas de celebración pues con ellas de algún modo celebramos la vida. Ya que ellas son el testimonio de cuán felices fuimos un día y con su presencia nos advierten de que siempre tendremos alguna razón por muy pequeña que sea para volver a serlo. De modo que como no tengo ni idea del nombre apropiado que deberían tener: lo dejo en vuestras manos, lectores míos, presintiendo que si tenéis alguna de estas cajas sabéis de qué hablo.


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz