miércoles, 26 de julio de 2017

EQUILIBRIO SIN RED


Cuán de maravilloso tiene ese momento, ese instante mágico, si me lo permitís, lectores míos, denominarlo de ese modo, en que estás leyendo una novela y compruebas cómo el ritmo, el tono y el estilo de la narración encajan sin ninguna fisura y con total armonía y plenitud con tu forma literaria de ser. Ese instante es de una belleza sin igual. De ahí, lo mágico. Ya que notas que estás ocupando un espacio perfecto, sin aristas. Redondo y sublime. Sientes al leer que si no estás instalado en la misma perfección, estás muy cerca de ella.
Solamente los libros, tan distintos los unos de los otros, como las personas, son capaces de transportarnos a ese lugar donde la hora y el mundo resultan ser perfectos. Donde todo es digno de ti y tú eres digno de todo. Sólo algo tan inabarcable y tan difícil de definir como es la literatura es capaz de trasladarnos y colocarnos en una estancia donde todo está en comunión. Únicamente las palabras escritas en negro sobre blanco con total intencionalidad por una mente hábil y experimentada hasta formar una historia son capaces de mantenernos suspendidos en la nada y en equilibrio en una belleza sin red. Estoy más que segura, lectores míos, que habéis experimentando ese regocijo de estar suspendidos en equilibrio y sin red en la belleza de entre una página y otra, cuando piensas: «¡Qué no se acabe, por favor, que no se acabe!»Deseando con todas tus fuerzas quedarte a vivir en ese instante mágico, dentro de un libro. Lo deseas con la fuerza del niño que fuiste, aquel que se sentía capaz de tocar las estrellas y la luna con sólo proponérselo. Aunque lo verdaderamente fastidioso no es saber en mitad del regocijo que la fugacidad del instante mágico que estamos experimentando es algo real y que ese querer hacer perdurable el equilibrio sin red conseguido es un imposible; no, hay algo peor que la fugacidad y es la interrupción. Ahí estamos en pleno equilibrio cuando aparece el estorbo. Y plof, nos caemos y nos damos de frente con la cruda realidad, ¿a qué sí? No obstante, es tanto el poder de la literatura que la caída no nos produce ni un chichón. ¿Y por qué? Porque somos conscientes de que cuando abramos de nuevo el libro y retomemos la historia en el punto en que la hemos dejado, por una especie de sortilegio hallaremos de nuevo la belleza del equilibrio sin red.
Y de ese modo, a ratos y a horas, sin darnos ni siquiera cuenta, nos vamos convirtiendo en nuestra vida lectora en cazadores de instantes mágicos. Por eso, seguro que muchos de vosotros los buscáis cuando todos duermen. Sí, lectores míos, lo hacéis y lo hacéis con nocturnidad y alevosía, para estar libres de todo estorbo y de toda interrupción. Y, una vez allí, en esa parcela de tiempo detenido miráis a vuestro alrededor y con una sonrisa traviesa os sentís bienaventurados. Pues qué bonito es sentirse funámbulo, saberse sin red y en total equilibrio. No digáis que no. Ya que lo es.


Besos y abrazos a tod@s. 
María Aixa Sanz