«Aunque el viento sople en contra,
la poderosa obra continúa:
Tu puedes aportar una estrofa.»
—Walt Whitman—
Lo observé durante un año, con sus doce meses y sus 365 días. Lo estuve observando como el ornitólogo observa el comportamiento de las aves o el sociólogo el de las sociedades humanas. Cuando le conocí, no le conocí por casualidad, ya sabéis que no creo en las casualidades, pero no obstante tarde casi que un año en comprender para qué le había conocido y fue para ver con mis propios ojos cómo hay seres que hacen de su existencia su infierno particular.
Al conocerle me dijo que a pesar de su faceta pública era un ser asocial, no tenía amigos ni conocidos, y le costaba mucho mantener cualquier tipo de relación personal fuese esa de la clase que fuese. Me lo dijo envuelto en un aire de víctima que me llevó a pensar que era un tipo solitario y que no tenía don de gentes. Pensé que era un exagerado, que no podía ser para tanto, que alguien como él tenía que tener a la fuerza círculos, —aunque fuesen minúsculos—, de amistades tanto profesionales como personales por el puesto de trabajo que desempeñaba, por su edad y por el lugar donde vivía.
¡Qué poco honrado fue cuando me dijo cómo era! Fue poco honorado, porque obvió decirme en qué medida él era el único culpable de provocar su propia soledad.
Ahora, un año después, por fin sé que es una de esas personas que no valen la pena. Mi amiga Gracia siempre repite, con razón, que las personas que no hacen ningún tipo de esfuerzo para mantener y retener a su lado a los otros, sino que al revés, los espantan, son las personas que no valen la pena. Por ello, después de haberle tratado y observado atentamente durante un año me he dado cuenta que no es fortuito que nadie se quede a su vera, que no tenga amigos de ninguna índole y que esté completamente sólo. Pero al contrario que él, yo soy de la opinión tras haberle pesado y sopesado, que de víctima no tiene ni un ápice, que es totalmente responsable de que toda la gente que conoce ponga tierra de por medio entre ellos y él. Ahora que ya sé cómo es, puedo hablar con conocimiento de causa, y como también como otras muchas personas, he sufrido en primera persona su forma de ser, comprendo el comportamiento que tienen los otros con él. Lo entiendo perfectamente. Y puedo decir que es un ser ruin. De una ruindad calculada y precisa. Tan concreta que he llegado a pensar que es más una enfermedad, una patología, que una actitud. Disfruta estando al acecho para que llegada la hora que él estima conveniente hacerle mal al resto gratuitamente, sin ser menester. Entonces asesta el golpe con una frialdad, un ingenio y una desfachatez dignos de tener en consideración porque no escatima en recursos para buscar la manera de hacer daño a los demás. Espera la hora con paciencia, como el cazador espera a su presa. Su ruindad deliberada es de una genialidad asombrosa, tanto que dan ganas de aplaudirle. Y decirle como en tantas ocasiones he hecho: «No me extraña que estés tan solo.» Entonces él te mira sintiéndose orgulloso por lo que acaba de realizar y es ahí, en ese minuto, cuando te preguntas qué clase de niño fue, que infancia tuvo que tener para que de adulto sea así. Te hace que te preguntes: ¿Si una persona ruin, lo es de nacimiento o se hace con el tiempo?
Y, si lo he estado observando durante meses no es porque tenga más aguante que el resto de la gente, sino más bien, lo he observado como si se tratase de un experimento. Porque lejos de pedir perdón por la maldad cometida contra ti o contra otras personas, con el paso de las horas vuelve a las andadas, y perpetra otra. Su ruindad es cíclica. Si lo tienes en tu círculo de amistades sabes que cada pocas horas te dañara, por eso cuando lo ves desaparecer en el horizonte sientes alivio. No obstante, al final, ya sea a pesar de todo o por todo, he llegado a la conclusión de que la única víctima real de esa ruindad deliberada es él mismo. Él es su presa. Porque el resto de los mortales nos alejamos, ponemos tierra de por medio, no le echamos cuentas y dedicamos nuestra vida a vivir tan felices como nos es posible; pero él, debe vivir a tiempo completo consigo mismo. Y creo que vivir de ese modo tiene que ser algo muy distinto a vivir en cualquier tipo de paraíso. Es más, creo que vivir así debe ser lo más parecido a habitar el infierno que tú mismo has creado.
Lectores míos, cuando decides que alguien no vale la pena como ser humano, sólo te cabe sentir lástima por él, pues es la constatación, la muestra, la prueba de cómo una persona decide desperdiciar su vida y la de sus congéneres, de cómo rechaza a la vida en general, de cómo deja ir todo lo importante y bueno que tiene existir, de cómo no le importa aportar nada a este mundo nuestro, de cómo vivir le queda grande.
Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz