Los días pasaron como un suspiro y todo tenía ecos de despedida, Alberto, lo pensó cuando una mañana miró el calendario que colgaba de la pared del despachito de Jerie en El Rey del Pan y se dio cuenta de lo rápido que había pasado el tiempo desde que entró por primera vez en la panadería. Jerie era un buen hombre. Era sagaz, franco y leal. Escuchaba a los demás y era atento. Trataba a Alberto como a un amigo de toda la vida, puesto que desde que lo conoció, unos días antes, tuvo la impresión de que estaba ante un buen tipo. Un hombre inteligente y honrado, seguramente un trabajador incansable. Pero también supo que estaba en la isla de paso, que no se quedaría mucho tiempo. Por eso no le extrañó que no fuese un candidato para el puesto de trabajo que ofertaba en la panadería. Cuando de la boca de Alberto supo que no había ido a la panadería por el trabajo, sintió alivio, pues Jerie prefería que las personas que le caían bien no trabajasen para él, prefería tenerlos sólo de amigos. Y ser amigo de un empleado es un imposible ya que la tirantez entre patrón y trabajador existe y tarde o temprano aflora. Nadie es amigo de sus jefes, ni ningún jefe es amigo de las personas a las que les paga un sueldo a final de mes; por más que se finja lo contrario. Jerie no es hipócrita. Sabe lo que pasa entre patrón y empelado, porque antes de haber sido jefe ha sido trabajador por cuenta ajena, durante décadas. Todo esto y muchas cosas más nos las confesó Jerie la noche en que vino a cenar a la casa. Como también nos confesó que al conocerme a mí se reafirmó en la primera impresión que tuvo al conocer a Alberto de que estaba de paso por la isla.
—Se os nota que sois del tipo de personas que llegan a los lugares y saben en el fondo de su corazón que tarde o temprano partirán.
—¿Vagabundos? ―le preguntó Alberto.
—No. Los vagabundos van desorientados, vosotros no. Vosotros sois viajeros. Sois unos viajeros. Se os ve a la legua. Sois como dos gotas de agua en eso. Os parecéis más de lo que imagináis. Es más, en muchísimos aspectos sois como dos gotas de agua. Ella es igual que tú ―dijo Jerie señalándome a mí y mirando a Alberto― Decidme: ¿Qué se siente?
—¿Qué se siente, cuándo? ―le respondió Alberto.
—Siendo viajeros. ¿Qué sentís dentro de vosotros para desplazaros de un sitio a otro?
—Unas ganas terribles de partir, como cuando se tiene hambre. Se va instalando en ti un peso que no puedes soportar y sólo tienes en mente marcharte a otro lugar y descubrir sitios nuevos y gente nueva. Y cuando partes te sientes libre y esa libertad no se puede comparar con nada. Te notas ligero como la brisa. Sientes una profunda necesidad de sentirte libre, ligero y sin ataduras ―le explicó Alberto y yo asentí con la cabeza.
—Y por lo visto es innato. Antes de conoceros pensaba que lo de ser viajero era una actitud, ahora veo que es una necesidad innata. Algo que lleváis dentro de vosotros desde antes de nacer.
—Es posible ―le respondí yo a Jerie.
—¿En cuántos lugares habéis estado? ―nos preguntó Jerie.
—No los hemos contado, la verdad sea dicha, pero en muchos. Pero no en tantos como probablemente crees, todavía nos queda Asia, América del Sur y buena parte de África ―le indicó Alberto.
—Hay madrugadas en las que mientras horneo el pan, pienso que me gustaría ser como vosotros.
—No lo creo. Amas demasiado la panadería ―le dijo Alberto.
—¿Qué me estás diciendo Alberto, que he echado raíces en la panadería? —Alberto asintió y Jerie rió de buena gana. Tras esa conversación durante la velada que Jerie pasó en la casa, nos convertimos en muy buenos amigos, en verdad lo creo. Y ahora sentimos una verdadera estima por Jerie, un verdadero afecto, pues es un ser sin dobleces, que va de frente. Es un ser entrañable, de esos que te reconcilian con la humanidad al conocerlos. Es una persona de las que vale la pena. Y sólo por el hecho de haberle conocido, esta isla cobra más valor. Y tanto Alberto como yo sabemos que lo primero que recordaremos siempre al pensar en esta isla y en los días pasados en ella, será en nuestro amigo Jerie, El Rey del Pan.
Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz