que vivo queda su nombre.»
—Epitafio de Rodrigo
Manrique (1476)—
Por muchos años que cumpla, por muchas vueltas al mundo que de, por mucha gente que conozca y lugares que visite si hay algo que no deja de asombrarme cada vez que se planta delante de mí, y, no sólo asombrarme, sino que me subleva es: la mala educación. No creo que haya retrato que desenmascare más rápido y te diga cómo es alguien que la educación. De todos los rasgos y características de una persona la educación se muestra en cuestión de segundos, es como una polaroid. En unos segundos, en un par de minutos como mucho, descubres qué tipo de persona tiendes delante, al lado, detrás. Pues al contrario que la mayoría de particularidades que forman a cada individuo, unas heredadas culturalmente y las otras genéticamente, la educación se elige. Uno siempre es quien en última instancia elige ser un mal educado o no. Uno elige dar o no las gracias ante un acto de generosidad o de cortesía; quien elige dar o no los buenos días y las buenas tardes al entrar en un habitáculo; quien decide responder o no a una llamada a un reclamo o una felicitación; en definitiva, uno siempre es quien decide ser un ser civilizado o no y relacionarse por tanto con los otros como una persona o como un bárbaro. Y si bien no se tendría a bote pronto por qué dirimir con facilidad que tras un ser mal educado hay una mala persona, si que se puede más o menos llegar a esa conclusión pues libre es la elección y cuando una persona elige ser mal educado, está diciendo al mundo con su comportamiento que ya de primeras se considera por encima del resto, que se percibe a sí mismo como situado en un escalafón más alto. Cuando uno decide ser mal educado y se muestra así, está mostrando a su vez, una soberbia y una falta de respeto para sus congéneres que lo define a él como individuo. Y no creo que esa forma de actuar entre dentro de los parámetros para considerar buena persona a alguien. La experiencia siempre acaba o dándote la razón o quitándotela. Y la experiencia es quien me dicta que tras una persona que se ha mostrado mal educada desde un primer instante nunca hay una persona con buen fondo. Si ser educado no implica ser buena persona, ser mal educado sí que implica no serlo. ¿Qué cabe esperar de alguien que va por la vida considerándose mejor que el resto de los mortales y por ello no le hace falta tener ni un mínimo de consideración con ellos? Mi conclusión es que si tropiezas con alguien y por decirlo de alguna manera su primera fotografía a modo de polaroid, en menos de un minuto, te deja no entrever, sino ver a la claras, que es un mal educado, un ser grosero, no esperes mucho más aun pase el tiempo, puesto que el tiempo no te sorprenderá descubriéndote un ser maravilloso sino el tiempo sólo corroborará lo que la polaroid te mostró.
En el caso de los mal educados el tiempo sólo juega en su contra, pues la mala educación produce un efecto repelente y todo quisqui acaba alejándose de ellos. Pero, bueno, al fin y al cabo, cada uno decide qué imagen quiere tener y dejar tras de sí. Al fin y al cabo, las personas de nacimiento sólo somos un nombre y unos apellidos, el adjetivo calificativo con el que la gente nos relaciona y nos va a recordar el día de mañana nos lo adjudicamos nosotros mismos. Y si alguien decide por voluntad propia ser reconocido y recordado como un mal educado es su problema, no el nuestro.
De modo que lectores míos pensad bien con qué adjetivo queréis ser relacionados cada día de vuestra vida, con qué adjetivo queréis ser recordados. Pues ese adjetivo es algo más que un simple adjetivo, es el resumen de toda una vida.
Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz