El fracaso sólo existe cuando uno ha anunciado por activa y por pasiva qué hará con su vida, olvidando mientras tanto que la vida tiene su propio guión. Habitualmente quienes tienen la osadía de organizar su existencia por anticipado son personas que no tienen en cuenta para nada ni la cultura del mérito, ni la del esfuerzo, ni la del trabajo; sino más bien creen que todo les será dado por el arte del birlibirloque. Es igual de fácil construir castillos en el aire como que estos se caigan, lo difícil es que a quien ha planeado toda su vida le entre en la mollera que para conseguir algunas cosas en la vida uno tiene que arremangarse, que no puede quedarse de brazos cruzados, que tiene que trabajar mucho y sacrificar bastante. Seguramente todos los que estéis leyendo este artículo conocéis a alguien que hace quince o veinte años atrás os contó cómo sería su vida a fecha de hoy y hoy su vida nada tiene que ver a como la visualizó. Ahí está el fracaso y el fracasado. No hay más. Esa es la única forma que tiene el fracaso de manifestarse. No hay otras maneras de fracasar. Del mismo modo como de éxitos hay tantos y de tantos tamaños como personas hay en el mundo, de fracaso solo hay uno, el de quedarse sentado esperando verlas venir. El fracasado piensa siempre que es el elegido y que por alguna clase de suerte todo le será regalado sin trabajar y sin esforzarse. Escribiendo esto me doy cuenta de que el fracasado y el vago se parecen demasiado. He conocido algún vago y vaga en mí caminar y siempre han tenido un denominador en común: creen también que el éxito a los otros les llega por obra del Espíritu Santo. La similitud está ahí. ¿Verdad? Todo nos indica que el fracasado y el vago son la misma persona; y sí, ya sé lo que estáis pensando: de ellos nace siempre la envidia. La Real Academia Española define la envida como: «La tristeza airada o disgusto por el bien ajeno, cariño o estimación que otros disfrutan.» La envidia surge cuando uno se compara con otra persona y llega a la conclusión de que esa persona tiene algo que él anhela. Es decir, la envida le lleva a uno a poner el foco en sus carencias y en sus limitaciones, lo que le hace sentirse terriblemente desdichado. Por ello se sabe que el envidioso es incapaz de alegrarse de los logros y de la dicha ajena, puesto que los éxitos ajenos actúan como espejo donde el envidioso ve reflejadas sus propias frustraciones. Y reconocerlo es tan doloroso, que el envidioso necesita canalizar la insatisfacción juzgando, menospreciando y criticando a la persona que ha conseguido eso que él tanto envidia. Lo más sencillo para el envidioso, lo más fácil, y lo que menos esfuerzo le cuesta es tener esa actitud; en vez de admirar y aprender de las cualidades y las fortalezas que han permitido a otros alcanzar esos logros. No obstante, el envidioso sabe, ―muy a su pesar―, que la envidia destruye y la admiración construye, pero construir requiere esfuerzo y trabajo, y eso ya es harina de otro costal. Por tanto es fácil llegar a la conclusión que de la misma manera como el fracasado y el vago son la misma persona, el envidioso también. De modo que no os lleven a equívocos: el fracasado, el vago y el envidioso son la misma persona, nunca han sido tres. Y es fácil reconocerlos pues como el pez, mueren por la boca.
Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz