Estando como está a la vuelta de la esquina el día del libro, voy a hablaros de la novela que ha resultado ser la más importante para mí y para mi experiencia vital de entre algo más de las quinientas novelas que he leído en la última década. He leído evidentemente otras novelas que han resultado ser buenísimas y de lectura placentera. Pero la importante. La que siempre voy a llevar conmigo, la que entre multitud de títulos siempre destaca, y a la que siempre regreso es ÁNGULO DE REPOSO de Wallace Stegner, publicada a finales de 2009 por Libros del Asteroide. Cuando la leí por primera vez supe que era una de esas novelas cuya solidez y hechuras permite, incluso invita a ser releída. Y yo que soy de releer, asumiendo el riesgo que ello implica, sabía que la releería. Triste me parece la actitud de los lectores que desechan lo mucho que aporta releer con la excusa de que hay demasiadas novedades literarias para perder el tiempo releyendo. Desconocen lo mucho que se aprende de uno mismo releyendo una novela que se leyó tiempo atrás. La relectura te permite descubrirte a ti como persona y comprobar cuán has crecido, cómo se ha ampliado tu horizonte, en qué persona te has convertido, qué es lo que has conseguido en ese intervalo de tiempo, cuánta vida hay en ti, cuánto has vivido, o qué ha hecho la vida contigo desde que cerraste el libro por última vez. Quizás es eso lo que temen los que descartan releer. Tal vez tienen miedo de descubrir que no han avanzado, que son los mismos, que aun pasados los años siguen estancados. Quizás temen mirarse en el espejo. Ver su propio retrato. Retratarse a través del negro sobre blanco. Que por otra parte es justamente lo que hace Lyman Ward, el narrador y coprotagonista de ÁNGULO DE REPOSO. Revisando su propia existencia y la de sus abuelos paternos: Oliver y Susan Ward, ―dos pioneros del Oeste―, con el fin de comprender. Lyman Ward en ÁNGULO DE REPOSO escribe lo siguiente sobre sus abuelos: «Lo que a mí me interesa de todos esos papeles no es la novelista e ilustradora Susan Burling Ward, ni Oliver Ward, el ingeniero, ni tampoco el Oeste donde pasaron sus vidas. Lo que realmente me interesa es cómo dos partículas tan distintas pudieron fundirse, y con cuánta presión, para rodar cuesta abajo hacia el futuro y hasta alcanzar el ángulo de reposo en que yo los conocí. Ahí es donde está el interés.» Comprender y conocerse he ahí el quid. Eso es lo que permiten las relecturas. La relectura de este título mucho y bueno me debe aportar, por buen refugio lo debo de tener, mucho me debe gustar habitarlo ya que sé que voy a releerlo de nuevo y será la cuarta y lo haré con ganas siendo consciente de que no va a ser la última vez.
Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz