jueves, 14 de marzo de 2019

UNA DE FERIAS




«Si tu vida arde bien, la poesía sólo es la ceniza.»
—Leonard Cohen—


No es solo la experiencia y los años los que redondean nuestra figura, los que se asientan en nuestro cuerpo transformándolo. También son los olores que al igual que el estómago son los únicos capaces de trasladarnos con una velocidad vertiginosa a instantes dispares. Con ellos viajamos a través de nuestra vida, como rayos, a lo largo y ancho de nuestra existencia, y con ellos, al rememorar todo lo que hemos sido, comprendemos que lo verdaderamente importante es quiénes somos y cómo se sienten el resto de seres del planeta cuando interactúan con nosotros, concretamente, cómo les hacemos sentir; nunca lo realmente importante es lo contrario. Acertada está y sabia es mi amiga Fern que no necesita ver su rostro y su cuerpo reflejado en ningún espejo de manera que las paredes de su casa están desprovistas de estos, así como las superficies. No importa si en otra hora fue guapísima o de belleza perturbadora o, tal vez, fea como un susto. Eso no importa. Lo importante, —como ella te señala cada vez que viene al caso  —, es darte cuenta de que cuando nadie te mira alertado por tu imagen ya sea para bien o para mal, expectante, uno trasciende siempre a su físico, y el cuerpo es por fin lo que jamás debió dejar de ser: el caparazón, y nunca el vehículo con el que comprar el favor de los otros. Y como ella, subraya, es entonces cuando se toma nota de quiénes somos en verdad. Y, sí, Fern, tiene razón. No somos la portada, somos el libro, y nunca una portada más agradable o menos es garantía de nada. De esto y de otros temas estuvimos hablando este fin de semana en una de las muchas ferias y festivales que se realizan en Manitoba, cuando nos encontramos en uno de los tantísimos puestos de pan, a colación de los kilos que gana el cuerpo en Canadá sin apenas percibirlo, ya que la delgadez como imperativo no está entre las prioridades de los canadienses. Aquí se vive la vida con pasión, sin hacerle ascos a los placeres prohibidos en otros lares. Aquí el yantar, las reuniones entorno a la mesa y en la cocina, y el disfrutar de la naturaleza en todas sus versiones ocupan la vida de la gente, de tal modo que no hay tiempo para fustigarse a uno mismo con dietas macrobióticas o con echarse a los caminos a correr como si no hubiese un mañana. No se estila. La feria a la que acudimos es una feria de tartas, pan y repostería, y otros productos elaborados artesanalmente con lo obtenido en las granjas. Y, en ella, estábamos seguros de encontrar, y de hecho la encontramos, la alegría de la primavera que está por venir agazapada en las ganas de muchos conocidos, entre ellos Margot.  La exhibición se realiza en el interior de un gigantesco granero durante todos los fines de semana de marzo y al traspasar la puerta de entrada los olores dulzones te acunan y te dan la bienvenida, abrazándote, como la abuela que todos desearíamos haber tenido. Al entrar Alberto me miró con sus ojos como platos, asombrado y feliz, porque sin darnos cuenta nos sumergimos en un festival de olores. Y, claro, cada olor nos trajo consigo millones de momentos que todos sumados explican quiénes somos ahora. En mi caso, el olor a coco, a pan, a salitre, a sol en la piel y a naranjas puede perfilar un magnífico boceto de mi existencia, y si a ellos les añades el olor a invierno, a montaña nevada, a bosque, a chimenea y a calabaza, es decir, a Navidad ya tendrás, con facilidad, el retrato final. Evidentemente, no los hallé todos, pero sí que encontré bastantes en distintos formatos. Las ferias artesanales resultan ser un buen lugar para encontrar la mezcla perfecta entre elaboraciones excelentes y amor del bueno. Que, al fin y al cabo, es el ingrediente secreto, o no tan secreto, para que todo en la vida nos sepa a rechupete. Y así, pasando la jornada, poco después de las cuatro de la tarde me detuve en un puesto de velas elaboradas con materia vegetal y yo que soy una incondicional de este tipo de velas no pude no caer en la tentación de abrir la tapa de unos cuantos frascos y agenciarme los de mis olores predilectos. Arde aquí a mi lado una de ellas, con un olor que está íntimamente ligado a mi historia personal. Y, arde bien, como la vida cuando se vive acompasadamente y con armonía con uno mismo, con lo que se es y con lo que das de ti al resto. 


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz