«Siempre gana quien sabe amar.»
—Hermann Hesse—
Al otro lado de la ventana abierta a la pradera de Manitoba la última luna llena de invierno redonda, imperturbable, grandiosamente perfecta ilumina y protege nuestra existencia. Estar aquí, contemplándola desde el otro lado del cristal, después de haberla admirado desde fuera, de pie, plantada como un cactus sobre la nieve, intentando no respirar, es vivir en el contraste y saber que en todo cabe la dualidad, el desdoblamiento y que todo acepta las dos caras. ¡Oh!, magnífica luna llena que se lleva todos los miedos y que devuelve nuestra valentía al lugar que le corresponde, es decir, a primera fila. Este es un buen momento. Y observándola sé que los deseos en esta noche están al alcance. Me siento vital, la noche me es propicia y la luna llena me impele a ofrecerle, como obsequio, mi mejor versión. Sé lo que hago. Sé la causa por la que amo sentirme viva durante las veinticuatro horas del día, sin distinguir entre ellas, usos, ni etiquetarlas en categorías, una hora es una hora, sesenta minutos de vida. Sé el motivo por el que no paro quieta y en vez de tumbarme y esperar a que salga el sol prefiero bailar con la noche y la luna, cantarle a ella y a mí misma que en alguna otra época todos fuimos reyes por tanto también lo somos ahora. Sé el porqué de esta actividad, de este curiosear de noche y de día, de no dejar ni un solo instante de aprender ni de escribir ni de sentir ni por supuesto de amar. Yo sé, más allá de la explicación que esgrime la ciencia de que el cerebro del insomne necesita menos horas de sueño para hacer su puesta a punto y quedar listo para la acción. Yo sé. Conozco la verdadera razón, mi verdadera razón, por la que me entrego a la noche sin ningún sacrificio, con determinación, sintiéndola como aliada y cómplice en vez de como enemiga. Para mí no es ni siquiera cuestión que requiera contestación, ni ninguna incógnita, ni un jeroglífico que deba resolver, pues la respuesta no es otra que saberme plena, saber que cuando llegue a la entrada del desierto de la misma manera cómo conoceré el nombre por el que inundarme valió la pena, también sabré que no me he dejado nada en el tintero de la vida. Nada de nada, y, la conciencia estará lista y tranquila para partir, para adentrarme en el desierto del olvido. Y si eso es así, en buena medida, es porque la noche me ha enseñado a no ser rígida, a que la aventura que son el cambio y la adaptación, la flexibilidad, formen parte de mi existencia como un valor, como una virtud, como una fortaleza. Los años sirven para muchísimas cosas, también para no comprender, para que lo absurdo rechine todavía más, como los goznes herrumbrosos de una puerta a los que ni siquiera escupiéndoles encima se consigue hacer callar. Lo que más me chirria a mi edad es la rigidez mental en mis contemporáneos. Ese inmovilismo mental choca en mí. Por absurdo, me asombra. Lo oigo chocar: plaf, pum, zas, cataplán. Mi reacción: la risa, pero no una risa de burla sino de un cállate por favor e imagina cuántas oportunidades de vida estás perdiendo, desperdiciando. Risa vieja, cansada y desgastada de lástima. De pena. De desánimo y desilusión. De desgana. De ridículo ajeno. No sé de qué otra forma reaccionar ante lo absurdo de la rigidez mental de los otros, lo reconozco. No entiendo por qué uno no puede variar ni un ápice para vivir dentro de unos parámetros más anchos. En la amplitud está la grandeza como lo está en la altura de miras. Pero bueno…, la noche es linda y la elaboración de una tarta me espera. Llega el cumpleaños de Nuna y la vida debe ser ante todo celebración. Sí. Hay que celebrar lo bueno que el Universo nos da. Aquí, a mi lado, tengo notas sobre gramos, mezclas e ingredientes de una nueva tarta de chocolate con frambuesas que he ideado durante toda la tarde. Estoy satisfecha. Hace unos meses no sabía, no tenía ni idea. Ahora sé. Jamás la rigidez mental me impedirá amar la vida y disfrutarla al mil por mil. Valga la tarta de chocolate con frambuesas como metáfora. Después sírvansela y dense de comer que son dos días.
Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz