«Vivimos igual que soñamos, solos.»
―Joseph Conrad―
Si en algo están de acuerdo los componentes de las sociedades actuales es en espantar a la soledad y patear el «vivimos igual que soñamos, solos» de Joseph Conrad. Para ello sus miembros actúan de manera homogénea, siguiendo unos parámetros que los hermanan más que cualquier otra condición o factor. Y todo vale para alejarla, puesto que se le tiene verdadero pavor. Hoy en día todo gira, gravita y se posiciona, todo consiste, en no sabernos solos, en dispararle a la soledad. Nos hemos convertido en tejedores de redes en la red, en cosedores de relaciones con hilo de pescar, en miembros activos de un colectivo o dos o varios, pudiendo ser a la vez: veganos, yoguis, naturalistas, lectores, futboleros, con tal de tener la sensación de pertenecer y formar parte de algo que va más allá de nosotros mismos. Incluso el libro que antes su tenencia era de ámbito privado y su lectura era asunto personal, se ha convertido en un vehículo para afianzar nuestra adhesión a un grupo, y raro es encontrar un lector que no comparta sus lecturas.
La realidad es que no sabemos estar solos, pero la razón dista mucho de ser una patología propia del tiempo que vivimos sino más bien es algo inherente a ese tiempo, es el efecto secundario, la consecuencia de la presión y la ansiedad a la que la propia sociedad nos ha sentenciado. La existencia en una sociedad del siglo XXI nos está demandado tantísimo que estar solos y soportarlo se asemeja cada día más a una misión imposible o a un acto suicida. Con lo cual los individuos de la sociedad actual han hecho suyo eso de que las penas compartidas son menos penas, y las alegrías son dobles si se comparten, y el deseo de estar presentes en la vida de los otros y el deseo de que los otros estén presentes en las nuestras, es lo cotidiano. Esa voluntad de estar y de que estén ha hecho que todos pertenezcamos a una gran familia más estable que las tradicionales, porque en estas familias actuales sus miembros saben que se necesitan de una forma muy definida, se necesitan desde la soledad, todos y por igual, lo que es suficiente garantía para seguir en el tiempo más estables que menos.
Es la propia existencia, el hecho de existir, quien demuestra que las relaciones construidas desde la soledad son más duraderas que las que nacen desde otros lugares de nuestro sentir. Es más, la soledad es un buen motivo para que el afecto, el cariño y el amor se den. Y también es la propia existencia quien nos ha mostrado que es más fácil romper una relación estrictamente afectiva por una traición, un engaño, un desplante que romper una relación afianzada desde la soledad, porque sin las formas de amor se puede vivir, en cambio en soledad, no. Comprendemos a poco que observemos nuestro entorno como hoy en día hay más relaciones que nacen para ahuyentar la soledad que las que nacen por afecto, cariño u amor. Estoy refiriéndome tanto a las amistosas como a las sentimentales. Pero son las que surgen de la soledad las que acaban manteniéndose en el tiempo. Y eso es así, eso sucede de ese modo, porque aun habiendo aprendido a nadar como pez en el agua por las redes, por las colectividades, por los grupos sociales, aun siendo expertos estrategas en el arte de pertenecer a esferas dispares de la sociedad a la que pertenecemos hasta camuflarnos y dispararle a la soledad como francotiradores diestros, duchos y veteranos, nada deseamos más que nos rescaten de entre la muchedumbre mediante algún ritual impermeable a la soledad. Por eso, en este mundo que nos ha tocado vivir necesitamos más que en ningún otro tiempo que nos amen, y a ser posible de una manera verdadera y auténtica, porque al fin y al cabo, qué es el amor verdadero y auténtico, sino que alguien nos viva como únicos. Pues sólo así dejamos de confundirnos con las masas, para fundirnos con otro, como individuos, solo así dejamos de existir en los grises para vivir en el color. De modo que, aunque resulte contradictorio o pura paradoja, cuando disparamos a la soledad estamos gritando: amor. Cuando disparamos a la soledad lo que en verdad demandamos en volver a ella, pero con otro ser de la mano.
Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz