Hoy tengo día de lluvia. A veces ocurren pequeñas cosas, que son como señales, como pequeños milagros por los que a tu vida se asoma Dios y la luz. Esa luz que te da esperanza. Esa luz que es vida. Esa luz que en todo consigue penetrar por la grieta, por la fisura, que habita en todos los seres que poblamos en el mundo. Entonces todo cambia. Es como si alguien se hubiese levantado por ti a darle cuerda al reloj de la existencia. Sonríes. Una minúscula sonrisa tímida y plagada de emoción se presenta en tu rostro. Hay esperanza. ¿De qué? No importa el qué, quizás de todo. Lo importante es que hay esperanza. Que la esperanza no te ha abandonado, aunque pensases que sí, y ahí tienes la señal que tanta falta te hacía para alejarte de los brazos de la desilusión, del desencanto. Los ojos se te inundan de lágrimas agradecidas que borran toda la arena que se había posado en ellos, ―arena que equivale al peso de la existencia―, porque de pronto, alguien que te importa te hace saber que le importas, un proyecto que creías perdido se materializa, tu trabajo tiene sentido, la fe no te ha abandonado, la salud tampoco, todo por lo que la vida vale la pena no te está fallando. Con la señal parece que lo que sea que te había llevado al desaliento sigue a tu lado, sigue bien, está bien. La señal es el pequeño milagro que habías estado esperando, viviendo a merced de la tempestad, sin techo, ni cobijo. Y, ahí, en la tempestad presa de la desilusión te olvidaste de creer en ti, porque a veces la vida nos supera, a veces la vida se nos come el terreno, a veces todo se vuelve mayúsculo y en cambio tú empequeñeces. Te has estado preguntado si el Universo se acordaba de ti. Cuando la realidad es que el Universo está en ti, de que en ti está la verdad, pero muy posiblemente también te has olvidado de buscar la verdad. En las horas más frágiles de nuestro paso por el planeta, se debe primero de todo buscar la verdad, tu verdad, debes buscar el poso, la quietud que hay en tu corazón, el lugar donde todo lo que ha sucedido en tu vida ha dejado su impronta, debes encontrar quién y qué se hospeda en tu corazón. Porque muy probablemente solo desde el corazón y sus huéspedes podrás remontar, y cuando la señal se produzca estar lo suficientemente tranquila para sentirla en tu piel. Es desde tu corazón y sus huéspedes desde donde en los días en que el viento no sopla a tu favor te has de volver paciente, valiente y desobediente; paciente, valiente y terca; paciente, valiente y rebelde; paciente, valiente e insumisa para que si el bedel que ha querido desalojar la alegría y la ilusión de tu corazón, consiguiendo que no creas en ti, te dice: «Vete ya, se ha acabado tu periodo de estancia en el reino de la dicha»; le respondas que no, que no te vas a ninguna parte, que puedes concederle todos los deseos del mundo pero jamás ese. Porque amas a tu corazón más que a ti. Amas a tu corazón a corazón abierto. Esa es tu manera de estar en el mundo. Has vivido siempre a corazón abierto, o lo que es lo mismo, sin falsedad, sincera y espontáneamente. Sin miedo a que te lo robasen, ni a ser auténtica, sin dejarte nada en el tintero, dándolo todo, sin tapujos y eso cuando el viento no sopla a tu favor te deja en cueros, te da la sensación de que te has quedado desnuda delante de todos, habitando la ausencia de los seres y las cosas queridas. Y, es entonces, desde esa ausencia cuando aprendes que solamente es a partir de la verdad de tu corazón abierto donde puedes esperar la señal sin arrepentirte de nada, porque si algo te ha dado vivir y amar a corazón abierto es que tú y sólo tú dejas buena huella en las pieles. Que solo los seres que habitan el mundo a corazón abierto son los que dejan huella en los otros y en todo, ya que son los que transforman la existencia e incluso la personalidad del resto. Y, eso, el Universo lo tiene en cuenta, de modo que sentada en tu corazón espera la señal, ten paciencia, confía, no dejes de creer. Pues la señal llegará como si a tu vida se asomase Dios y la luz. Mientras tanto, pon un pie delante del otro y camina a trechos cortos. Sabiendo que nada de lo que has hecho ha caído en saco roto. Por eso, si es menester, cántate esta canción mil y una vez hasta que concilies el sueño, hasta que el sosiego se apodere de ti y de tus tinieblas, hasta que aun a lo lejos veas una tenue luz al cerrar los ojos, porque lo cierto es que la gran luz arribará a ti de un momento a otro, como los barcos arriban a puerto. En esta ocasión tú eres el puerto. Dentro de un rato va a llover. Ojalá sea así. Hoy tengo día de lluvia, y ya se sabe la lluvia siempre convoca a la inspiración. No hay mejor sortilegio para la contadora de historias que soy yo. Mayor fortuna. Escribir y la luz.
Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz