«Las más altas leyes proveen a aquel que hace uso de la naturaleza.»
―Henry David Thoreau―
Cuando decides hacer una excursión por estos pagos sabes que dormirás todavía menos de lo que sueles dormir y que el descanso se reducirá a tumbarte dentro de un saco térmico sobre la tarima de madera de algún refugio de paso que ha sido habitado durante unas horas por otros antes que tú con la misma finalidad: resguardarse de la ventisca, apoyar la espalda y descansar. Cuando decides ir a contemplar en su hábitat a los seres que habitan la naturaleza sabes que tu cuerpo se resentirá, que ha de ser un cuerpo que esté en forma y tenga bastante aguante, así como sabes que tu ropa, ―tus ropajes―, serán por unos días tu hogar, tus paredes, tu techo. En definitiva, tu cabaña. Cuando decides realizar este tipo de excursiones hay que saber sobrevivir y también disparar si es menester, como también debes saber que no puedes deshacer el camino andado a la de tres. Personalmente no hay nada que me revitalice tanto como los desafíos a la intemperie. No me molestan los efectos secundarios del invierno. Ni me intimida lo que la naturaleza me pueda deparar. El hecho de saber que no vas a dormir durante unas cuantas noches, de sentirte un superviviente, de desafiar a tu propio cuerpo y sumergirte en un mundo que no es el tuyo, ―hablo del mundo animal―, que no el natural, además de maravillarte tiene sus recompensas y siempre en cada una de las excursiones cuando regresas de ellas, regresas con al menos un momento sublime que con su imagen y sonido se va a quedar grabado para siempre en tu memoria y en tu piel a fuego. Ese momento es por lo que ha valido la pena todo el cansancio y es el que contarás años después en una reunión de amigos. Por ello, me es fácil recordar con claridad, ―como si los tuviera delante, puesto que los divisamos a unos cincuenta metros de nosotros―, a un par de osos adultos manteniendo una lucha cuerpo a cuerpo por hacerse con una presa que ya tenían casi que despiezada. El sonido de los osos es inconfundible pero aun así por muchas veces que los oigas siempre impresiona. O por ejemplo, todavía tengo muy fresco el recuerdo de uno de los momentos más memorables de este invierno, que sobresale por encima del resto, y que acaeció cuando un alce con su descomunal cornamenta pasó por nuestro lado a una velocidad vertiginosa hundiendo sus piernas en un metro y medio de nieve. El ruido del propio animal al correr fue lo que nos avisó de que algo se aproximaba y sin apenas darnos cuenta venía de frente un alce macho. No nos dio tiempo ni a respirar cuando se cruzó con nosotros. No se detuvo ni hizo amago de detenerse sino que siguió con fulgor y con una fuerza bruta asombrosa corriendo como una exhalación. Y aunque fue un visto y no visto, de esos que debes pellizcarte para saber que lo que has visto es real, la adrenalina se nos disparó de tal forma que permanecimos unas cuantas horas eufóricos. La pregunta que nos sobrevoló fue la de qué hubiese sido de nosotros si en vez de pasar el alce como una exhalación por nuestro lado se hubiese detenido. Pero esa es una de esas preguntas que aunque durante unos segundos se columpie en tu cabeza, jamás llegas a contestarla, porque quizás en eso reside ser intrépido y aventurero. En infinidad de ocasiones, lectores míos, os he mencionado que lo soy. Y lo soy. La naturaleza, el mundo natural, el mundo animal, ―llamadlo como deseéis―, siempre ha sido mi hábitat y por mucho que algo me haya producido respeto la curiosidad ha podido más, y como sinceramente pienso que para contar hay que primero estar, pues si me es posible estar en primera fila no lo dejo por pereza. Ahí estoy yo. Pues en ningún momento te sientes tan vivo como cuando puedes vivir algo para contarlo después, porque detrás de todo escritor de raza hay mucha vida vivida. Ya que la imaginación no te ha de sorprender solamente trabajando sino te ha de sorprender la mayoría de las veces viviendo, y de poder ser, viviendo en mayúsculas. A lo grande, como si en ello te fuese la vida, pues de la experiencia, de lo vivido, surge tu obra. Brota de los inviernos, de las primaveras, de los veranos y de los otoños. Surge de cómo estos influyen en ti. En cierta medida tú eres la semilla de tu obra porque de cómo los elementos y todo lo externo a ti influyen en ti, ella variara, para corresponderse contigo.
Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz