jueves, 4 de enero de 2018

NI LA MÁS REMOTA IDEA


«No recordamos días, recordamos momentos.»
Cesare Pavese

No es que sea yo una de esas personas que contempla el año nuevo como una página en blanco para redimirse, ni para desdecirse, ni tampoco de las que incluso estando la página en blanco no deja de verla pautada, sino yo soy de las personas a las que le gusta contemplar cada año nuevo que tengo la suerte de comenzar como un lugar salvaje en el que el libre albedrío reinará y conseguirá sorprenderme. Aun sabiendo que el libre albedrío obedece a un destino escrito en alguna parte, al no conocerlo de antemano, me hago la loca y me recreo en lo desconocido o más bien en lo que sé que ignoro. Y el día dos de enero, pues es ese día cuando en verdad tomamos conciencia de que somos unos privilegiados por estrenar año como quien estrena una prenda de abrigo, me agrada sentir como que no estoy sujeta a nada y que frente a mí sólo existe una larga aventura de la que no tengo ni la más remota idea. Eso me gusta. Me satisface. Y, encuentro apasionante, ir descubriendo el camino con cada paso que doy. Ahora mismo es así como me siento en estos primeros días del año. No sé qué va a suceder, no sé qué va a pasar, lo desconozco todo, pero sí que sé, ―que ni aun no teniendo ni la más remota idea de nada―, durante el año habrá momentos que lo harán especial. Cada año tiene sus momentos y cada momento su día. Tanto es así. Tan segura estoy de que cada día tendrá un momento importante, bello, prodigioso, imborrable en el que me podré decir a mí misma: «Sólo por esto ya vale la pena la vida»; que sin saber qué hacer con una preciosa agenda que alguien dejó para mí debajo del árbol de Navidad, he decido darle un uso a la inversa, a posteriori, y en vez de programar lo que ha de acontecer, anoto lo acontecido. Es decir, al día siguiente hago una pequeña anotación sobre el momento más especial que tuvo el día anterior. De ese modo: me aseguro que será esta una agenda llena de momentos requetebonitos, dignos de ser recordados, momentos de esos que decantan la balanza y marcan la diferencia creando y elaborando de esa manera las hechuras y el tejido que hace que un año sea completamente distinto a otro. El propósito de tener una agenda así te obliga a fijarte en los pequeños detalles, en la vida en minúsculas que de existir, existe. Puesto que lo que imprime vigor y autenticidad al mundo que habitas y a lo que forma parte de ti, lo que en verdad nos ilusiona, lo que en realidad nos hace felices, lo que nos alegra el cada día siempre está escrito en letras minúsculas. Y la grandeza del individuo sabio reside en abrir los ojos y ver. Debemos ser conscientes de cada momento en minúscula para poder reconocerlo y darle su verdadero valor pues eso es lo que convierte nuestra vida en única e intransferible. Y sólo hace falta haber vivido un poco para saber que todas esas letras minúsculas serán la composición que al final te cuente cómo de mayúscula ha sido tu existencia. Uno de los momentos, por ejemplo, más especiales para mí es sentarme a escribirle desde aquí en Canadá una carta a un ser amado que vive a miles de kilómetros. Ese es un acto en minúscula que hace que mi existencia sea dichosa, luego cada día tengo otros momentos igual de especiales, mágicos, únicos que me sorprenden porque habitualmente me cogen desprevenida y son de una originalidad abrumadora. Pues bien, todos ellos, esos de los que ahora no tengo ni la más remota idea pero que van llegando a mi existencia tal como transcurren los días, junto a los que ya conozco, van a formar parte de esa agenda cuyas anotaciones siempre las escribiré a posteriori porque sólo de esa manera puedo reflejar lo que en verdad me da la felicidad. 


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz