sábado, 13 de enero de 2018

GUERRA Y PAZ


Un lugar de paz y calma tanto exterior como interior nos es necesario. Hallar la paz en un paisaje es igual de trascendental e importante como hallarla dentro de nosotros mismos. Quien no sabe habitar su soledad mala compañía será para los demás. Ya que permanecer en armonía e incluso ser felices cuando habitamos nuestra soledad y nos encontramos al abrigo de la nada, sólo al amparo de nuestros pensamientos nos nutre, nos construye y nos reconstruye y de esa forma salimos fortalecidos como seres humanos. Porque en nuestra soledad está nuestra realidad, nuestro yo más genuino, ese yo que solamente se muestra cuando nos quedamos a solas con nosotros mismos. En esa vitamínica y reparadora soledad nos encontramos a lo largo de la vida con un sinfín de sensaciones que sin ninguna duda nos ayudan a ver desde otra perspectiva y de forma clara nuestra existencia. Es decir, la soledad nos guía siempre hacia la comprensión del yo. Ya que cuando la habitamos las sensaciones saltan como saltan las liebres, o sea, inesperadamente. Y, ahí, en ellas, en las sensaciones se esconde nuestra verdad más íntima. Por ello, hay que saber estar a solas para cribar, discernir y analizar las sensaciones tanto de lo cotidiano como de lo espiritual que surgen en nosotros para mejorar y crecer como individuos. Pues una sensación es la huella de lo que sentimos, es la impronta de las emociones que provoca el resto del mundo en nosotros, es la intuición racional resultado de la experiencia, es decir, de todo lo vivido. La importancia de las sensaciones reside en que nada más y nada menos estamos hechos de ellas. Somos seres vivos hechos de sensaciones. De ahí, que todas las preguntas que nos podemos llegar a plantear pueden ser respondidas si nos quedamos en paz y en calma solos, para de ese modo y en silencio, escuchar que es lo que ellas nos tienen qué decir. Pero si escribo este artículo no es sólo para reflexionar por un instante sobre las personas que sí que disfrutamos del beneficio que invariablemente obtenemos al habitar nuestra soledad, sino lo escribo para detenerme en las personas que le tienen miedo a quedarse a solas consigo mismas. Ya que en esa tesitura cualquier estratagema para autoengañarse se torna asunto vano. Si al principio de este texto he apuntado que quien no sabe habitar su soledad puede resultar ser una mala compañía para el resto de personas; ha sido, porque la experiencia me ha ido enseñando cómo todos aquellos individuos a los que les da pavor tomar conciencia de quiénes son en realidad, viven una vida en la que están en una guerra permanente con sus demonios. Lo que hace que me pregunte cómo de oscuras, tristes y desagradables deben ser sus sensaciones para no tolerarse a sí mismos, para no aceptarse y para ir comprobando como esa negación de lo que son les llena de ponzoña su corazón, convirtiéndolos en individuos dañinos de los cuales es mejor apartarse. Puesto que si nos cruzamos en su camino seremos nosotros las víctimas de sus estafas emocionales con sus tretas, artimañas, ardides y falsedades. Por ello, lectores míos, no os va a extrañar que le pida al Universo que nos libre de las gentes que al no saber enfrentarse a su yo desprovisto de todo artificio, deciden perderle el respeto a los seres que cuando habitan su soledad lo hacen desde la paz y con calma.


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz