jueves, 11 de mayo de 2017

EL CAFÉ DEL TIEMPO PERDIDO


«El reloj marca la hora, pero ¿qué marca la eternidad?»
―Walt Whitman―


Tal como van pasando los años, tal como vamos envejeciendo es tan importante tener el paisaje despejado, como el horizonte claro. Tenemos que ir viviendo libres tanto de ataduras como de arrepentimientos. Se nos agota el tiempo con cada día que pasa; por eso es menester, es necesario, incluso es un acto de justicia y honradez con nosotros mismos ir ocupándolo sólo en aquello que verdaderamente nos interesa. No tenemos por qué pagar injustos aranceles por vivir. Por ello hay que soltar lastres, cerrar etapas, pasar página, incluso capítulos y libros enteros. Hay que saber escoger para no tener que ir arrepintiéndonos a dos por tres. En definitiva, hay que dejar de hacer el bobo y concienciarse del valor innegable del tiempo, para no perdernos en el ruido que acompaña cualquier vida en el occidente del siglo XXI.
Uno si no sabe, debe aprender a cribar y a reservarse su tiempo para lo que le resulta realmente placentero, para lo que en verdad le compensa y le recompensa del desgaste al que nos aboca la existencia. El tiempo si siempre ha sido vida, a partir de cierta edad, todavía lo es más; de ahí su riqueza, su valor, de ahí lo imperioso de saber invertirlo con inteligencia. Uno cuando mira el paisaje que lo rodea debe comprobar que está realizando aquello que en efecto le satisface y que en él, —en su paisaje—, están quien francamente lo son todo para él, si no es así, le será muy difícil encontrarse a gusto tanto en el presente como cuando haga el esfuerzo de mirar un poco más allá al horizonte y por supuesto cuando ya se encuentre en él. Es decir, cuando el horizonte se convierta en presente. Lo que te dice que tu personalidad no es maleable, no es influenciable, es cuando tu horizonte es claro y se mantiene intacto con el paso del tiempo, cuando tu deseo futuro está ahí y el tiempo lo consolida, en vez de menguarlo, y se muestra ante ti con una lucidez brutal sin fisuras; y tú, erre que erre, te empecinas en que todo discurra para que así sea, para que tu paisaje actual sea tu paisaje deseado y de esa forma se convierta tu horizonte soñado en realidadPor ello y para ello hay que saber valorarlo todo, incluso, las cosas más pequeñas como cada segundo e instante; como también cada circunstancia y ubicación, puesto que todo acaba transformándose en importante. 
Y algo que resultaría tan nimio a simple vista como descubrir un restaurante mientras vas callejeando con tu chico por las calles de Canadá y decidís cenar en él y disfrutar de una divertida noche hasta echar el cierre, se torna en algo relevante por la persona con quién compartes ese momento y ese lugar y más cuando el sitio se llama El café del tiempo perdido. Resulta entonces trascendental, al percatarte del nombre del local, saber que estás con la persona adecuada, viviendo y luchando por la vida que os gusta. Intentando juntos quitar del paisaje todo aquello que os estorba para ver el mundo con vuestra forma de entenderlo, de estar en él, y saber al miraros a los ojos qué es lo que vale la pena y lo que no. 
Por ello, puesto que nada es tan minúsculo ni nada es tan baladí, Alberto y yo, intentamos cada día no desperdiciar ni un instante ni un momento ni un lugar. No nos es muy difícil, ya que a ambos nos disgusta perder el tiempo. Es algo que está en el ADN de los dos.
De modo que si lectores míos os exhorto a que invirtáis con conciencia vuestro tiempo, vuestros momentos y lugares y escojáis bien con las personas que lo compartís, hacedme caso, pues la molestia o el esfuerzo de la criba, de la elección, no sólo a medio y a largo plazo os dará rédito sino también a corto.


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz