Mientras me dispongo a escribir esto antes de fijar mi vista en la hoja en blanco miro el cielo. Hoy hay cielo de tormenta. Está como si un niño lo hubiese pintado de color azul marino a grandes trazos, con una brocha gorda y con borrones. El viento sopla de la mar. La cortina del porche se infla como la vela latina de una barca. Algo típico de Caótica. Cuando el cielo está así puede suceder o que caigan cuatro gotas grandes sin mucho afán, como si fuesen gotas de poco gasto, más por molestar que por otra cosa, pues las nubes no van lo suficientemente preñadas de lluvia; o, lo más probable, es que escampe y el sol acabe rompiendo la tormenta como quien rompe todos los miedos, para unos cuartos de hora después ver como se instala el gris, convirtiendo el cielo en una bóveda parda, nebulosa, sin rastro de sol ni de tormenta ni de azul. De tal manera que si alguien se había hecho la ilusión de que iba a poder disfrutar de un día radiante y que los visos de tormenta solo habían sido un espejismo, se equivoca de extremo a extremo, y pronto se da cuenta de que la ilusión no va a convertirse en realidad, y tendrá que ocupar su tiempo en otros menesteres. Pues cuando la tormenta sale de la mar todo sucede muy deprisa y todo cambia en un santiamén. Por tanto, sé que antes de que vuelque mis pensamientos, aquí, el cielo ya habrá decidido por todos nosotros. El cielo al revés que los hombres no necesita de mucho tiempo para metamorfosearse. Sus cambios son de una rapidez abrumadora. Un día, —no hace mucho—, mi amigo Walfred me dijo: «Tienes demasiada vida, para tan pocos años.» Apreciación que tiene su aquel viniendo de un arqueólogo. Pero, sí, es cierto, he visto muchas cosas, he estado en muchos lugares, he conocido a muchas personas y he vivido mucho en primera persona; y eso, me ha hecho acumular más experiencias de las que debería tener probablemente a mi edad. Y si algo me trasmiten todas esas experiencias, toda esa acumulación de fragmentos de vida, cada caricia, cicatriz o arañazo en mi piel, si algo he aprendido, observando a las gentes y a los lugares, observando la vida en general, observando cómo todo lo vivido va haciendo mella en uno, es que todo se mueve aunque sea por debajo, por donde los ojos no ven, por la parte de detrás de los párpados, he aprendido a ver como la vida fluye y a saber que fluir con ella es la única elección que puede realizar el ser humano. Si mi amigo Walfred me hizo ese comentario fue porque cabezota como es, comprendió que yo había dado de lleno, que estaba en lo cierto, cuando al poco de conocernos le dije que seriamos con el tiempo grandes amigos. A lo que me contestó por aquel entonces con una gran dosis de escepticismo que no daba ni un duro por esa amistad. Casi que me soltó que él no necesitaba amigos. Ahora mucho tiempo después no le ha quedado más remedio que darme la razón, puesto que la vida en su fluir le ha dado su lugar en mi existencia. El lugar concreto que debía ocupar, ese y no otro. Podría decir que conocí a Walfred por casualidad si creyese en las casualidades. Pero como no creo en ellas, no puedo afirmar tal cosa. Creo que las personas y los lugares se cruzan en el camino de uno por destino. Entonces aparecen los descubrimientos, los puntos en común y nacen relaciones y alianzas que pueden perdurar o no en el tiempo. Y ahí es cuando la persona se curte de verdad, cuando presencia y vive como protagonista, cómo y de qué forma las relaciones y las personas nos metamorfoseamos y vamos cambiando. Y, también en cuánto tiempo, pues al contrario que el cielo que cambia en cuestión de minutos, en las relaciones que hemos creado la metamorfosis necesita de muchísimo tiempo para ver en qué aboca, para comprobar si serán relaciones que se romperán con una facilidad pasmosa con el paso de los meses, si serán relaciones que de tan poquito como nos aportan acabaran perdiéndose en la memoria de una forma sutil con los años, o si por el contrario se consolidaran en el tiempo como algo estable, como algo más de tu existencia y se convertirán en relaciones con personas con las que siempre puedes contar. Como he dicho antes, yo no conocí a Walfred por casualidad, y ahora explico el por qué. En Caótica no es extraño ver pasear a Timou. Timou es un hombre que se pasea siempre con una gaviota sobre su sombrero. Timou viste traje negro sobre un jersey blanco de lana en invierno y sobre una camiseta negra de manga corta en verano, zapatillas de deporte y sombrero. Pero si llama la atención es por la majestuosa gaviota que pasa los días posada tranquilamente sobre su sombrero, hasta que en pispás alza el vuelo y surca el cielo y desaparece por una horas también de la vida de Timou. No sé si habéis visto de cerca una gaviota, cuando me refiero a de cerca, es a tenerla posada al lado de uno, a un metro y medio de distancia como mucho, para poder contemplarla de tal modo que te percates de cuán bella y digna es. Muchos podéis tener en la memoria retenidas en imágenes a las gaviotas de Hitchcock, si es así, no es raro, que os pueda parecer insólito que una gaviota pueda estar sentada a tu lado oteando el horizonte, mirando a la mar tan tranquilamente como tú. En su serenidad son realmente hermosas. Por tanto, con lo que os acabo de contar podéis entender con facilidad el impacto qué es ver por primera vez a Timou paseando con la gaviota sobre su cabeza, si no eres de Caótica. Con lo cual es muy lógico que mientras atónito contemples esa estampa tropieces con un tronco erosionado por el salitre y las olas, —que la mar ha depositado en la arena y que a su vez una mano anónima ha dejado en un lado del camino, quizás con un propósito concreto—, y caigas tan largo como eres. Y ahí estaba Walfred, tan largo como es, con su metro ochenta tendido de bruces sobre el suelo arenoso y desértico de Caótica. Por eso, antes he dicho que no conocí a Walfred por casualidad, le conocí porque se quedó ojiplático mirando a Timou y se dio de bruces contra el suelo y yo estaba caminando justamente unos pasos por detrás de él. Evidentemente, si eres una persona de bien, y ves que un hombre se estampa contra el suelo y se queda allí tendido, lo razonable, es que te inclines sobre él, le preguntes cómo está y le tiendas la mano. Eso es lo sensato. Así que de esa manera conocí a Walfred. No tardé en comprobar que el mal humor que yo pensé que era fruto de la caída era su estado natural, pero era una clase de mal humor, de rugir, de gruñir que hacía que me desternillase de la risa. No sé por qué, Walfred, desde el minuto uno provoca en mí ataques de risa. Recuerdo que viendo cómo me miraba con sus pequeños ojos negros, ante uno de mis ataques de risa, le dije que la risa era la distancia más corta entre dos corazones, dándole a entender que no había en mi risa ningún atisbo de maldad, ni de burla, sino todo lo contrario. A lo que él me respondió: «La risa sí, pero no las risotadas.» Provocando en mí otro ataque. Fue entonces, en ese momento, lo recuerdo con total exactitud cuando le dije: «Tú y yo acabaremos siendo grandes amigos, si no tiempo al tiempo.» Se lo dije porque así lo sentía, se lo dije desde la verdad, se lo dije porque de ese modo lo creía, se lo dije porque había aprendido que la vida fluye y hay que saber fluir con ella. Y supe con una certeza absoluta que Walfred al fluir no le quedaría otra que elegir ser mi amigo y encajar en Caótica, para ello, sólo había que tirar de él. Pues, él, curioso de naturaleza como es, teniendo como tiene la capacidad de sacarle punta a todo, de convertir algo pequeño en grande, de transformar una "casualidad" en un para siempre se agarraría a la mano que le acababa de tender, como el náufrago se agarra a la tabla que le ha de salvar la vida. Y yo, había reconocido en cada uno de sus gestos: unas ganas enormes de vivir y una humanidad fuera de lo común que él trataba de mantener oculta. Y, aunque él, no lo viese tan claro como yo en ese momento, también se le asomaba por cada poro de su piel, unas enormes ganas de agradar, de ser querido, de ser amigo, de dar, porque Walfred no es de esa clase de personas que dejan al resto que ni fu ni fa, si no todo lo contrario. Walfred sin ser consciente de ello invita a quedarte con él.
Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz