«Si no me encuentras enseguida, no te desanimes;
si no estoy en aquel sitio, búscame en otro.
Te espero, en algún sitio estoy esperándote.»
―Walt Whitman―
Sé que de saberlo os asombraría conocer desde qué lugares tan variopintos, diversos, a veces espectaculares, otros hermosos y en otras ocasiones incómodos e incluso surrealistas escribo. Muchos podéis presuponerme en un tranquilo estudio con la luz y temperatura adecuadas y un ordenador en una mesa bien dispuesta. De ser así, qué equivocados estáis. La mayoría de las veces debo hacer filigranas para encontrar un espacio y una posición cómoda y el silencio lógico y preciso para poder hilvanar unas cuantas palabras, pero cuando encuentro el lugar, la mayoría de las veces es el propio enclave quien me susurra al oído las palabras. Nada como un espacio natural, reflexivo, silencioso y abierto a la vida para que la inspiración se pose sobre tu hombro cual pájaro. Es en esos momentos en los que verdaderamente encuentras el placer de escribir. Alberto y yo estamos recorriendo por esta época la parte más desértica del país más influyente del mundo y a modo de road movie vamos redescubriendo parcelas de libertad. Estas líneas por ejemplo las estoy escribiendo en un cuaderno de piel que compré el año pasado en Vancouver. Y, bolígrafo en mano, sentada en lo que parece la mitad de la nada os aseguro que jamás me he sentido más acompañada. Las chumberas, las crasas, los cactus, todo lo desértico, me devuelve al hogar, me devuelve a Caótica y si cierro los ojos e inspiro y respiro y segundos después los abro, puedo ver a mi abuelo paseando por delante de mí o haciendo la siesta en su hamaca. Ahora y aquí, en mi propia eternidad, estoy sentada y mi punto de apoyo, ―quien me hace de mesa―, son mis propias piernas y el punto de escritura donde se apuntalan estas palabras es el recuerdo, la evocación de mi abuelo que me ha provocado este lugar. Mi abuelo que el día cuatro de abril de 2017, cumpliría cien años. No los va a cumplir físicamente, pero sí, en mi corazón, pues del mismo modo como ahora preciso de un punto de escritura, en su día mi escritura, mi oficio, el escribir una novela tras otra, necesitó de un punto de partida y sin ninguna duda fue ese hombre quien ha hecho que yo a día de hoy sea lo que soy. Mi abuelo como inicio, como punto de partida, como punto de escritura. ¡Felicidades, abuelo mío, porque sé que desde allí donde estés cuidas de mí! Tú, que me regalaste un oficio, una manera de estar en la vida. Tú, que hiciste posible que el sueño de una niña se convirtiese en una realidad. Sí, me regalaste una vida, con tu primera máquina de escribir y tu biblioteca. ¡Menuda armaste, viejo soñador intrépido y aventurero!
Y es que hay personas que nunca mueren, viven en nosotros y en cada uno de nuestros actos, lo cual me lleva a pensar que la vida no termina jamás. Sí, eso es lo que pienso sentada aquí en mitad de la nada, escribiendo unas líneas, sobre un momento que quedara grabado en mi corazón y en mi memoria con el calor del amor sincero, de la risa, de las ganas y de la luz de mi abuelo.
Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz
[Death Valley National Park, California] Fotografía Alberto Fil